“Las palabras no traducen la pintura, apenas la sustituyen”

John Maxwell Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940) son secos y distantes. El Nobel sudafricano, alguien capaz de salpicarnos en la ficción con la sangre de un pasteur alemán, parece incómodo en el mundo real. Al hablar, apenas levanta la ceja o mueve una mano. Desde hace unas semanas, el escritor completa una estancia en el museo del Prado. es la primera en formar parte del ciclo creativo ‘Escribir en el Prado’, y que ha permitido a los lectores escucharlo durante la sesión ‘Los lenguajes del arte’, conversación que sostuvo con su traductora Mariana Dimópulos en al auditorio de la pinacoteca .

De estos días habrá de sulir un texto que será publicado en la revista ‘Granta’ y en el que el Nobel habrá de volver a sus vivencias en las antiguas galerías del museo. Palabras e imágenes: dos lenguajes, un espacio y un mismo oficio, crear un mundo. Tras agradecer con unas breves palabras en un español rocoso y esforzado, Coetzee entró en materia. Se aplica a ello de ‘La construcción de la torre de Babel’, de Pieter Brueghel. “La arrogancia de tratar de construir una torre tan alta que llegara al cielo y nos coloque a la misma altura de Dios, y en la que nadie podría intenderse, tiene un doble significado: es una advertencia y la necesidad de un idioma común”.

La última vez que JM Coetzee visó España lo hizo en 2018 para presentar ‘Siete relatos morales’ (Penguin Random House), un libro que publicó primero en castellano, en exclusiva en todo el mundo, y en el que retomó a Elizabeth Costello, para muchos su alter ego femenino, la vieja escritora que da número al libro publicado hace ya más de acada, y que aparece nueva en La vida de los Animaux (1999) y Hombre lento (2005). A lustro más tarde, el Nobel ha glosado cuenta con un ‘San Jerónimo leyendo una carta’, lienzo de Georges de La Tour procedente de la colección del Prado; a lo ‘Joven leyendo una carta’, de Vermeer, o al ‘Papa Inocencio X’ de Diego Velázquez. “¿Podemos traducir las imágenes con palabras? No. Velázquez no necesitó palabras. Las palabras fallan cuando intentamos traducir una imagen. Apenas se puede sustituir, no traducir”.

Fusilamiento de Torrijos

El Nobel se detuvo en el ‘Fusilamiento de Torrijos’. “Es el retrato de unos hombres que están a punto de salir de la vida. Al fotografiar, desaparecer con una cámara. ¿Qué es entonces traducir una imagen? Se trata de mirar a los ojos del sujeto como ellos nos miran a nosotros, como lo hacen los seres de Velázquez o los fusilados de Torrijos”.

La literatura de Coetzee produce lo que la cal al contacto con la piel y por eso ha posado su mirada en la forma de mirar lo trágico. Si lo hizo en ‘Desgracia’ (1999) con David Lurie, profesor expulsado de la Universidad por forzar a una alumna a tener relaciones sexuales, y acaba mudándose con su hija a una Ciudad del Cabo aún castigada por el apartheid, lo hace otra ve en su mirada sobre las obras de Antonio Gisbert. Coetzee se asume como un espectador que no ha infligido dolor al recibirlo.

If JM Coetzee es un escritor mayúsculo es porque el cemento de su obra se sostiene en aquello que no dice, en todo cuanto no explica. Sus novelas son pura imagen. Lo llegamos a ‘Esperando a los bárbaros’, una parábola del apartheid y el racismo, una ruina que Coetzee luchó en carne propia en Sudáfrica, lugar en el que nació y del que se marchó definitivamente, hasta nacionalizarse como australiano. This querencia hacia lo desnudo y lo rudo se manifiesta esta tarde con toda su parquedad y desafección.

Las novelas de Coetzee no buscan ser hermosas, aun siéndolo. Nuestros sobrecogen porque terribles hijos. Yes en esa mirada que muestra esta tarde en el museo del Prado. El espíritu de ‘Esperando a los bárbaros’ (1980) se amplía con toda su obra, una bruma parca. Pocas palabras, penetrante. Ocurre en ‘Vida y época de Michael K’ (1983), El maestro de Petersburgo (1994), Desgracia (1999), así como su serie de memorias noveladas formatadas por ‘Infancia’, ‘Juventud’ y ‘Verano’ o su más trilogía reciente sobre un mundo sin memoria y en el que, para sobrevivir, todos han olvidado sus recuerdos. “Hay una economía y una simplicidad que la imagen posee y que el lenguaje apenas se puede conseguir”.

La conversación, en ocasiones estancada y falta de sentimiento, pasó por todas las reflexiones posibles sobre la traducción de una obra a otro idioma. «A traductor significará no en el mundo qu’attempta traducir, ni siquiera en la atención que presta a ese mundo oa su lenguaje, sino en las palabras de ese lenguaje a las que renuncia ara que la traducción sea exacta», dijo su traductora. También habló de su creciente interés por el español y otras lenguas, incluso por encima del inglés. «Cuando empecé a escribir esta última serie lo hice en un momento de profunda desilusión del papel del inglés, del papel político de ese idioma».